Champaquí: Sanador Involuntario  
por Dra. Ana Szabo   

   Allá lejos, en lo más alto de Córdoba, se yergue impasible el cerro Champaquí. Con su silueta irregular parece llamarnos, nos atrae. Y allá vamos… Entregados al sudor de la caminata, al calor del sol o al viento helado, aceptando la lluvia, aceptando el paisaje, venga como venga el día.

   Nuestro objetivo inicial es el de llegar a la cima . “¿Cuánto falta para llegar?” preguntamos uno de cada dos turistas. Y los guías, con eterna paciencia, nos mienten un poquito si nos ven cansados y nos recuerdan que el camino es más importante que la meta.

   Poco a poco vamos soltando la ciudad que llevamos dentro, nuestros pensamientos dejan de circular alrededor de las preocupaciones y se concentran cada vez más en el presente. 

   En el llano, los ojos se van de viaje hacia el horizonte. Se llenan de cielo y piedra, de valle y cima. En la pendiente, en cambio, la mirada se hace amiga de nuestros pies y camina junto a ellos. Cada detalle de cada piedrita, cada mota de polvo del camino, cada hueco y cada prominencia, son reconocidas y apreciadas con toda nuestra atención. 

   Y a medida que van avanzando las horas y vamos ejercitando nuevos pasos, la mente se va limpiando como por arte de magia. Los recuerdos se diluyen como en una bruma fina. Las emociones se aquietan para dejar paso a una sagrada plenitud del alma.
Luchamos por momentos con pensamientos derrotistas ocasionados por el esfuerzo inusual que hace gritar a nuestro cuerpo “¡no doy más!”.

  Pero algo nuevo y desconocido en nuestro corazón nos envía a tiempo un poco más de aliento y seguimos adelante, con esa maravillosa sensación de habernos superado a nosotros mismos. Con esa satisfacción que da el asombro de comprobar que podíamos mucho más de lo que creímos al comienzo de la jornada.

   Finalmente, la cima anhelada, con sus águilas y cóndores en vuelo, nos recibe en sus brazos y caemos felices y rendidos, de cara al cielo. Y entonces solo deseamos agradecer el aprendizaje del camino. Bendecimos cada centímetro caminado y nos damos cuenta de que hemos dejado atrás dolores físicos, emociones alteradas, pensamientos negativos. 

   En síntesis, la ascensión al cerro es como una ascensión espiritual: nos conduce a una larga meditación en movimiento. Nos lleva sin querer a un estado de contemplación y de autobservación profunda que nos permite sanarnos en cuerpo y alma.

   ¡Gracias, Champaquí, sabio sanador involuntario!

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