Tal vez todo sea así: creemos que en
derredor hay seres
semejantes a nosotros y, en realidad, sólo hay hielo…”
El desierto de los Tártaros – Dino Buzzati.
Después de catorce viajes con Alto Rumbo no sólo había hielo
en la montaña. Éramos doce amigos montañistas disfrutando.
El viaje comenzó con un vuelo de Buenos Aires a La Paz,
Bolivia, con escala en Santa Cruz de la Sierra. Del vuelo,
hay que decirlo, no creo que nos olvidemos fácilmente, sobre
todo cuando el piloto tiró el avión sobre la pista del
aeropuerto en Santa Cruz. Fue así, lo tiró, no lo aterrizó.
Es más, casi lo dejó abruptamente con bronca, mucha bronca.
Finalmente aterrizamos en el aeropuerto de El Alto de La Paz
y, tiempos bolivianos mediante, llegamos y nos instalamos en
un modesto pero bello y eficaz hotel en la zona más céntrica
de la ciudad, a pocas cuadras de la increíble Basílica San
Francisco (sólo por su arquitectura y arte vale la pena
visitar La Paz). Nos probamos el equipo técnico (botas
dobles y grampones) y nos trasladamos a la Cordillera Real,
en donde estaba nuestra meta: el Huayna Potosí (6088 msnm).
El nombre, en aymara, significa “Cerro joven”. Y eso que
está desde hace mucho, y seguirá siendo mucho después de que
nosotros no seamos siquiera polvo…
Decir que el Huayna es una montaña bellísima e imponente no
es novedad, sobre todo porque algo que Alto Rumbo me tiene
acostumbrado es a eso, a buscar destinos (montañas) con esas
características. Además de que el entorno natural y cultural
es enorme.
La adaptación a la altura comenzó en la zona del Cerro
Condoriri, su represa y la Laguna Charcota. No nos cansaron
los días de cielos límpidos y las imágenes especulares de
las montañas reflejadas en las lagunas. Las llamas nos veían
pasar. ¿Si pudieran pensar qué dirían de esta gente
caminando sus caminos?
De a poco nos fuimos acercando al Huayna, con noches frías
pero sumamente estrelladas (para nuestra suerte la luna era
pequeña). El cuarto día, luego de seis horas de caminata,
pasando por más de cinco mil metros de altura, agotados,
llegamos al refugio del Huayna, gerenciado por su dueño, y
contacto local de Alto Rumbo, el “Doctor” Hugo. Un personaje
en sí mismo, pero muy atento al grupo y a nuestras
necesidades. Un día de descanso en el acogedor refugio (vean
las fotos), con duchas, pero inquietos. Todo montañista
quiere subir, por más cansado que se encuentre. Práctica en
el hielo, con técnicas de cordada (la primera vez para casi
todos, salvo los guías), y a subir, finalmente, al refugio
de altura, a 5300 metros.
Apiñados en el pequeño cubículo apenas dormitamos un poco y,
a la una y media de la mañana, comenzamos el día de cumbre.
De ese día recuerdo las bromas producto de la ansiedad y la
amistad con Raúl en la cordada, y ver a la madrugada (noche
cerrada) desde la montaña la ciudad de El Alto de La Paz
iluminada. Los que pudieron hicieron cumbre a 6088 metros en
el Huayna. Los que, por salud, por miedo a las griteas, o
ambas cosas, por físico, u otras razones íntimas no hicimos
cumbre estuvimos expectantes de los demás (como siempre en
los días de cumbre con Alto Rumbo). Todos festejamos la
cumbre, aunque no lo logramos.
Como premio tuvimos la ciudad de La Paz y sus
contradicciones y encantos. El norte, un gran mercado
callejero (todo, lo imaginable y aún más, se vende en la
calle) y el sur, que se puede confundir con un barrio de
clase medio de cualquier ciudad de Argentina. Nos tocó vivir
una gran fiesta de comienzo de clases en las universidades
en la que durante todo un día, a lo largo de la avenida
principal de la ciudad, desfilaron cada facultad con
increíbles coloridos y músicas. Pero también nos tocó vivir
los festejos conjuntos de la independencia del Perú con los
ejércitos de Bolivia y Perú desfilando frente a la Catedral
de La Paz.
No podré olvidar el Museo del Oro, o la atrayente Basílica
de San Francisco. O la contradicción temporal de ver a las
cholitas hablando por celular. Fue mi segunda vez en La Paz,
no por ello menos impactante. ¿He de reincidir en mi
comentario sobre la profesionalidad y calidez humana de los
guías de Alto Rumbo? Todos los que formamos el grupo de
“clientes” reicidíamos con ellos en este viaje. En mi caso
más de diez veces. No es casualidad. No nos gusta sufrir.
Simplemente sabemos lo que Alto Rumbo nos ofrece en cada
travesía. Gracias por lo compartido a Gerardo, Pablo,
Carlos, Fabián, Mariano, Vivi, Raúl, Juan, Liz, Gaby,
Miguel. El viaje fue redondo, como el mundo… (sepan
disculpar la broma interna, que quizás sólo el grupo
comprenderá…). |
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Fernando Mendez |
Estamos tratando de asimilar los cambios que
se producen cuando se vuelve de tremenda experiencia. Allá
por el 7 de julio comencé este viaje por Perú, junto con mi
esposa (Liz) visitamos el Machu Pichu, hicimos el camino de
los cuatro días, es una experiencia que vale recomendar por
lo que se aprecia y lo que se aprende de lo que somos
capaces de desarrollar (Imperio Inca) y lo que somos capaces
de transformar (Conquista Española y Evangelización
Católica).
El 19 de julio nos reunimos con todo el grupo de Alto Rumbo
en la Paz (viejos y nuevos conocidos de los senderos de
montaña) para iniciar la parte más exigente de esta aventura
(Huayna Potosí), desde el encuentro hasta la despedida fue
de sentimientos profundos, seguramente dado por el rigor de
la experiencia. Es difícil en pocas palabra expresar lo
vivido, desde la maravillosa naturaleza que Dios nos brinda,
el afianzamiento de mi amor por mi esposa, pasando por los
errores cometidos, hasta el convencimiento de que lo
importante de la amistad es cuando nos queda ese dulce sabor
amargo de la despedida en el aeropuerto de Ezeiza.
El 28 de julio a las 7:12 horas hicimos cumbre con mi esposa
y el guía local (eternamente agradecido), aproximadamente 30
minutos después del grupo principal, fue una satisfacción
estar allí con la persona que mas amo y quien dejó todo de
si para acompañarme, mi agradecimiento a tamaña demostración
de amor. Una mención especial al guía local que con
sabiduría, experiencia y tolerancia supo como guiarnos a la
cumbre.
Para culminar nuestra cuota de adrenalina hicimos el “Camino
de la Muerte” y hasta nos dimos el gusto de bajar por
espectacular tirolesa por increíbles paisaje.
Por lo vivido y la experiencia asimilada solo me queda
agradecer a quienes a través de su trabajo concretan los
sueños que nos imaginamos, mis amigos de Alto Rumbo.
A todos los amigos que participaron en esta aventura los
tenemos en la memoria y forman parte de nuestros afectos.
Seguramente, si Dios quiere, nuevamente nos encontraremos
juntos transitando los senderos de los sueños que imaginamos
y que los amigos de Alto Rumbo plasman en la realidad. |
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Juan Vries |